En un buen restaurante, manda el chef. Esto es así. Ni siquiera el mayor mafioso de la ciudad puede imponer sus dicatados en la cocina del mejor restaurante de la ciudad. Es el poder que otorga ser capaz de preparar los platos más exquisitos, dar placer a través de la comida, comida orgásmica. Aunque no se hizo la miel…

Peter Greenaway cuida hasta el último detalle la estética de sus películas, como un buen cocinero cuida hasta la obsesión la presentación del plato. Al fin y al cabo, cine y cocina entran por los ojos. Los planos de Greeaway son casi cuadros que podrían estar en un museo y nada es aleatorio: los colores del salón, los de la cocina, el vestuario (diseñado por Jean Paul Gaultier), la música (compuesta por Michael Nyman). Para disfrutar completamente de una película de Greenaway hay que estar atento a todos los detalles.

Algunas frases relacionadas con la comida que se pueden escuchar en la película no tienen desperdicio:

Un buen cocinero mezcla cosas inverosímiles, como pato y naranja, como piña y jamón. Se llama arte.

¿De qué te sirven todos estos libros? No los puedes comer. ¿Cómo te pueden hacer feliz?

Y lo cierto es que es una película política. El propio Greenaway aseguró que El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante fue una crítica a los excesos de los gobiernos de Margaret Tatcher y a los nuevos ricos que se amparaban bajo su sombra.

(Si un día te aburres, puedes contar cuántos platos rompen en la película.)